En SERVEIS BADEA, nos especializamos en ofrecer servicios integrales de limpieza y vaciado de propiedades en la Ràpita 43540 y alrededores. Con amplia experiencia en el sector, garantizamos un servicio profesional, rápido y al mejor precio. Estamos aquí para ayudarte a recuperar el espacio y la tranquilidad de tu propiedad, ya sea un piso, una oficina o un local comercial.
Nuestros servicios de vaciado son completos e incluyen desmontaje y transporte de todo tipo de elementos que ya no necesitas. Desde muebles y electrodomésticos hasta escombros y residuos, nos ocupamos de todo. Ofrecemos vaciado de pisos, oficinas, locales comerciales, naves industriales, casas y chalés. Nos aseguramos de que cada espacio quede completamente libre de objetos innecesarios, listo para ser renovado, alquilado o vendido.
Respuesta rápida y eficiente: Si necesita un servicio urgente, disponemos de vaciado en 24 horas para situaciones críticas o de última hora.
Experiencia y confiabilidad: Como empresa referente en la Ràpita 43540, contamos con años de experiencia y un equipo de profesionales capacitados para manejar desde un vaciado estándar hasta situaciones más complejas como propiedades afectadas por el síndrome de Diógenes.
La Fundació Formació i Treball, mitjançant la seva Empresa d’Inserció, ha obtingut aquest mes de juliol la licitació per gestionar la deixalleria d’Alcover, al municipi de l’Alt Camp (província de Tarragona). Aquesta licitació consisteix en un contracte de cessió per dur a terme aquest servei de deixalleria durant un període de tres anys.
D’aquesta manera, Formació i Treball gestionarà la seva primera deixalleria del Camp de Tarragona, que es convertirà en un espai de reutilització i valorització dels residus, sense ser només un lloc de transferència d’aquests. La posada en marxa del servei permetrà la contractació d’una persona provinent d’itineraris d’inserció sociolaboral, qui serà coordinada per una persona de l’equip tècnic de l’Entitat.
L’experiència de Formació i Treball en la gestió de Punts Verds
Ja fa més de 12 anys que des de Formació i Treball es gestiona el personal i serveis dels Punts Verds de Barcelona. Actualment, es porta a terme la gestió diària dels Punts Verds de Zona de Sant Andreu (carrer de Caracas, 46) i de Collserola (carrer de Collserola, 2), en els quals treballen un total de 16 persones. La major part d’elles pertanyen a col·lectius en situació de vulnerabilitat: 11 tenen un contracte d’inserció, mentre que 5 formen part del personal tècnic.
D’altra banda, a més, a Sitges fa 15 anys que la Fundació gestiona el personal i servei de la deixalleria, situada al carrer Pruelles, número 5, del polígon Mas Alba. En l’actualitat, hi ha contractades 2 persones provinents d’itineraris d’inserció, que s’encarreguen del tractament de residus, el manteniment de les instal·lacions i l’atenció al públic.
Un servei en línia amb l’Agenda 2030
Amb el servei de gestió de deixalleries, Formació i Treball desenvolupa la seva acció en el marc d’una economia verda i social, generant un impacte mediambiental, econòmic i social; ja que, a la vegada que es treballa per la reutilització dels residus, reduint la generació dels mateixos i convertint-los en recursos, també es generen llocs de treball per dur a terme aquestes tasques dirigits a persones en situació de vulnerabilitat i/o en risc d’exclusió social. A més, també hi ha un impacte comunitari, ja que, en el cas de les deixalleries, les persones que hi treballen són del territori.
L’acció de la Fundació Formació i Treball va en la línia de contribuir amb els Objectius de Desenvolupament Sostenible i amb l’Agenda 2030. Concretament, es treballa per aconseguir els següents ODS: Fi de la pobresa (ODS 1), Fam zero (ODS 2), Educació de qualitat (ODS 4), Igualtat de gènere (ODS 5), Treball decent i creixement econòmic (ODS 8), Reducció de les desigualtats (ODS 10), Consum i producció responsables (ODS 12), Acció climàtica (ODS 13), Aliança per assolir els objectius (ODS 17).
No hay manera mejor de descubrir la cultura, gastronomía y comercios de una ciudad que visitando su mercado,
dónde además nos impregnaremos de sus gentes, su carácter mientras hacemos turismo y nos distraemos contemplando esas paradas a cielo abierto que nos traen productos de todo tipo.
En la provincia de Tarragona hay mercados de todo tipo, topos los pueblos cuentan con un mercadillo semanal que dinamiza el comercio local.
Uno de los mercados que destaca en la zona es el Mercadillo de Bonavista todos los domingos. Situado en una vasta explanada que hay entre Bonavista y Campclar, el mercadillo de Bonavista, es el más grande y el más auténtico de la zona, cuenta 50.000 metros cuadrados de extensión y 800 paradas.
Abierto todos domingos por la mañana de 8.00 a 14.00, hay autobuses que lo conectan con las principales poblaciones de la Costa Dorada (Cambrils, Salou y La Pineda). Aquí podréis encontrar casi de todo: ropa, calzado, complementos, regalos, plantas, animales, bisutería, marroquinería, alimentación, menaje, herramientas, perfumería, ropa para bebés y todo lo que uno podáis imaginar.
El mercadillo de Bonavista se ha convertido en una cita ineludible para todos aquellos que les gusta el bullicio, curiosear y regatear, pasear por sus paradas es vivir un estallido de colores, de gente revolviendo cosas y eligiendo prendas u objetos, de gritos anunciando todo tipo de productos, de luces y olores, y también de personajes característicos y muy peculiares.
Y si antes, durante o al final de vuestra visita se os abre el apetito, os recomendamos que hagáis parada y fonda en alguno de los diversos y excelentes bares de tapas que encontraréis en el barrio
¡Feliz mercado!
Si estáis interesados aquí encontraréis los mercados semanales más cerca del Camping la Corona.
Una ciudad sorprendente donde se puede descubrir una civilización milenaria. Cenar bajo las bóvedas del circo romano, perderse por los callejones del casco antiguo donde se conserva intacta la esencia de la ciudad medieval o hacer un vermú inmerso en más de 2.000 años de historia. ¡Este es el auténtico Patrimonio de la Humanidad de Tarragona! Un patrimonio hecho de monumentos trascendentales por la historia, de rincones capaces de trasladarnos a épocas romanas, medievales, modernas y modernistas; pero también un patrimonio hecho de personas, de historias humanas, de pequeños momentos, de emociones...
(s. XII-XIV), construida en la parte más alta de la ciudad, aproximadamente en el mismo lugar que el templo romano de culto al emperador.
Mapping' y maqueta donde se representa la ciudad romana de Tarraco en la época de su máximo apogeo (siglo II d. C.).
Edificio destinado a espectáculos como las luchas de gladiadores (s. II), sobre el cual se construyó una basílica visigótica (s. VI) y una iglesia románica (s. XII).
Torre romana de la plaza de representación del Foro Provincial (s. I) transformada en residencia real (s. XIV). El circo romano estaba destinado a las carreras de caballos y carros (s. I).
La ciudad más contemporánea descubre un rincón único y de notable inspiración en la estética marina que recorre la ciudad, el Balcón del Mediterráneo, un espléndido mirador abierto al mar sobre la playa.
La ciudad moderna convive con su pasado imperial, disfruten de sus terrazas llenas de vida en un entorno único, rodeado de historia.
El barrio típico de pescadores, donde se subasta por la tarde el pescado que se pesca durante todo el día. Se trata de un área pintoresca, con su propia personalidad y con restaurantes con encanto, donde degustar los mejores pescados y mariscos de Tarragona.
Paseo principal de Tarragona con más de 150 años de existencia y el mayor número de tiendas modernas, integradas en un espacio arquitectónico único por sus edificios y su historia.
Son reconocidas por su arena fina y de color dorado. Tienen una pendiente muy suave que permite caminar dentro del agua o nadar sin riesgos. Su ubicación geográfica privilegiada invita a disfrutar de un clima templado durante todo el año.
Si deseáis comprar productos frescos y de temporada en un ambiente muy típico, tenéis que visitar los mercados de Tarragona. El Mercado Central, situado a poca distancia de la Rambla Nova, es un importante edificio modernista (Josep M. Pujol, 1915).
Los íberos —cesetanos o cosetanos—que se asentaron en este territorio a partir del siglo V antes de nuestra Era, pertenecían a la tribu de Kesse, tal como aparece escrito en monedas íberas de la época. Según evidencias arqueológicas, fundaron una pequeña ciudad situada sobre una colina junto al mar y mantenían contacto con navegantes griegos provenientes de Ampurias.
De esta civilización ibérica conservamos cerámica, monedas, inscripciones e incluso —a través de una lápida—, el nombre de uno de los primeros habitantes conocidos de nuestra ciudad: un hombre llamado Sakarildum.
En algunos dracmas ibéricos acuñados en Tarragona, se puede leer el nombre Tarakonsalir, donde la raíz tarakonse une a salir, una de las pocas palabras descifradas del idioma íbero, que significa plata.
Se cree que la palabra Tarakon dio pie posteriormente a Tarraco, el nombre romano de la ciudad.
A finales del s.II a.C. se desencadenó una auténtica guerra mediterránea, la II Guerra Púnica.
Nuestros íberos se vieron inmersos en este conflicto entre las dos civilizaciones expansionistas del momento: los romanos del centro de Italia contra los cartagineses del norte de África. Estos últimos hablaban púnico, una lengua semítica emparentada con el idioma de los fenicios, lo que dio nombre a estas famosas guerras.
En la I Guerra Púnica, Cartago ya había perdido definitivamente la punta de la bota de Italia, Sicilia, Cerdeña y finalmente Córcega.
Contra todo pronóstico, la civilización cartaginesa, de larga tradición navegante, quedaba fuera de juego en el centro del Mediterráneo.
Los cartagineses no solo pusieron los pies en nuestra península mucho antes que los romanos, sino que dominaron la mitad sur, del Mediterráneo al Atlántico, gracias a los hábiles pactos con tribus locales.
Más tarde, Aníbal Barca –el famoso general cartaginés– reunió un gran ejército, reclutó guerreros íberos con la promesa de recompensas una vez vencido el enemigo romano y se encaminó hacia la conquista de Roma.
Sus tropas pasaron por Tarakon, cruzaron los Pirineos, el sur de los Alpes y finalmente el gran ejército de Aníbal se plantó por sorpresa en Italia venciendo a quien se le ponía por delante hasta llegar a las mismísimas puertas de Roma. Pero Roma no se iba a quedar de brazos cruzados.
La arriesgadísima respuesta romana, liderada por los generales Cneo y su hermano Publio, de la familia Cornelium Scipio, consistió en abrir un nuevo frente en Hispania.
Ambos desembarcaron en nuestras costas en el año 218 a.C. y tomaron una decisión de lo más acertada: quedarse en Tarragona. Aprovecharon la bahía situada a sus pies para resguardar la gran flota y construyeron un campamento en lo alto de la colina como primera base romana.
De esta época data una torre del antiguo campamento con un relieve de la diosa Minerva y una inscripción en la que el soldado Manius la invoca como protectora.
Aunque los Escipión hallarían la muerte en batalla, lejos de Tarraco, su nombre quedó asociado para siempre a la fundación de la ciudad y el historiador Plinio acuñó la famosa frase fundacional, “Tarraco, obra de los Escipión”.
Incluso una torre funeraria a pie de la antigua vía Augusta, cerca de la ciudad, lleva el nombre de estos generales, pero se trata de un error histórico que aún perdura.
No se concibe la fundación de una urbs romana sin sus murallas. Lógicamente, todas las murallas romanas representan una línea iniciática y fundacional que, a la vez, separa el espacio urbano del ager o territorio rural.
Pero en el caso de Tarraco, las murallas significan algo más, ya que son la primera gran obra romana fuera de Italia. Realmente constituyen una exhibición del poder de Roma en Hispania y su deseo de conquistarla y dominarla para siempre.
Las murallas de Tarraco se empezaron a construir a finales del s.III a.C. y se terminaron a mitad del s.II a.C., alcanzando los cuatro kilómetros, de los cuales en la actualidad se conserva un kilómetro que rodea el centro histórico de la ciudad.
Aparte de las murallas, las ciudades romanas se articulaban a partir de una retícula de calles y se dotaban de un gobierno local ubicado en una plaza llamada foro.
El gobierno municipal compartía emplazamiento con la basílica —el juzgado de aquella época— y el macellum o mercado principal de la ciudad.
En Tarraco, el foro municipal se encontraba en una colina muy cercana al puerto, un mirador perfecto que permitía avistar la llegada de naves comerciales provenientes de otros puertos del Mediterráneo.
A sus pies, se extendía un bullicioso barrio con sus insulae o bloques de apartamentos, sus almacenes portuarios y el teatro con sus jardines.
Más tarde se construyeron las termas públicas de la ciudad, descubiertas hace pocos años.
Hoy en día, el puerto romano se encuentra oculto bajo las calles actuales, puesto que la antigua línea costera romana nada tiene que ver con la actual. En los dos últimos siglos Tarragona ha ganado terreno al mar, aproximadamente el espacio que ocupan cuatro calles actuales, las vías del tren y el muelle de costa.
Un César vencedor de las guerras contra su rival político Pompeyo acudió a Tarraco en el año 49 a.C. para reunir a sus ejércitos y convocar una asamblea provincial.
Años más tarde, agradecido por el apoyo que la ciudad le había brindado, concedió a Tarraco el rango de colonia y a partir de ese momento la ciudad recibió el nombre de COLONIA IVLIA VRBS TRIVMPHALIS TARRACO.
En una magnífica descripción, el poeta e historiador Florus, que alaba su benigno clima y sus notables monumentos, añadía: “Además, la ciudad ofrece grandes méritos, puesto que conserva los estandartes del César y ostenta en su nombre el título de triunfal”.
En época de Julio César, Tarraco estaba plenamente consolidada como ciudad y seguramente ya se pensaba en la mejora del abastecimiento de agua y se empezaba a proyectar la futura red de acueductos.
Tomó buena nota de todo ello un joven que le acompañaba, su sobrino Octaviano, que dos décadas después, llegaría a ser nombrado Augusto, el primer emperador de Roma. Precisamente, los acueductos de Tarraco datan de la época de Augusto.
El emperador visitó Tarraco en varias ocasiones, pero sin duda la más memorable es la del año 26 a.C. El motivo de su llegada fue la necesidad de comandar personalmente las tropas para sofocar las rebeliones de los cántabros.
Es sabido que el ejército imperial se encaminó por el valle del río Ebro hacia las tierras del norte y que, durante la marcha, un rayo fulminó a un esclavo que le precedía en el séquito. El emperador, que era también augur, lo interpretó como un mal augurio y decidió regresar a Tarraco.
Aquí se sintió a salvo, a la espera de la victoria de sus tropas. O casi a salvo, porque no se libró de la disentería. Su médico, Antonio Musa, le curó con un curioso remedio: baños de agua fría, baños de agua casi hirviendo.
Una vez restablecido, se deleitaba escuchando los discursos del abogado Gavio Silón en el foro y es posible que leyera en Tarraco los primeros manuscritos de la Eneida de Virgilio.
Recibió a una legación de indos y escitas, llegados desde los confines orientales del Imperio, para acordar la paz en sus lejanas tierras.
No es exagerado presumir de capital del Imperio durante los dos años de la estancia de Augusto en la ciudad. Tarraco, favorecida por la permanencia del emperador, le estaba eternamente agradecida. Por eso tras su muerte, acontecida en el año 14 d.C., sus habitantes pidieron permiso para construir un templo en su memoria, que además iba a ser ejemplo para otras ciudades.
No solo conocemos el edificio por estas intenciones de los ciudadanos tarraconenses, sino que una moneda evidencia perfectamente cómo debió ser su fachada, con ocho enormes columnas.
Recientes excavaciones arqueológicas en la nave central de la Catedral de Tarragona ubican el templo en la cúspide de la ciudad, centrado en el interior de una gran plaza de culto.
Se cree que posiblemente ya estuviera terminado hacia el año 50 de nuestra Era, durante el mandato de su sucesor Tiberio. Fue el primer templo dedicado al culto imperial, incluso antes de que se erigiera uno en Roma.
Desde la fundación de la ciudad, la parte alta de Tarraco había permanecido deshabitada y escasamente urbanizada, pero la capitalidad de la Hispania Citerior propició que esta zona sufriera una gran remodelación urbanística.
Se proyectó la construcción de tres grandes terrazas contiguas que recuerda a prototipos del mundo griego o a la misma Roma. En menos de un siglo, se construyó el recinto de culto en la parte más elevada de Tarraco, el gran foro provincial y el estadio del circo.
El Foro Provincial, una de las plazas más grandes del Imperio, fue la sede del Concilium provinciae, es decir, el gobierno de la Hispania Citerior.
Es probable que en él trabajaran más de un millar de funcionarios, políticos, militares y sacerdotes al servicio del Estado.
El edificio tenía planta rectangular con una gran extensión ajardinada central, rodeada de tres alas edificadas que alojaban las oficinas y archivos.
Según las investigaciones, pese a los altibajos históricos, se mantuvo en activo desde su inauguración hasta prácticamente el final del Imperio.
A finales del siglo II, se construyó el mayor edificio para espectáculos de la ciudad, el circo, situado entre el foro provincial y la zona de hábitat de Tarraco.
Medía unos 300 metros de longitud, aunque comparado con otros hipódromos del Imperio, era relativamente reducido, ya que se encontraba en el interior de la ciudad.
Podía albergar en sus gradas a unos 30000 espectadores, que mayoritariamente entraban por grandes puertas situadas junto al trazado urbano de la vía Augusta.
Se conservan dos inscripciones que han inmortalizado a dos aurigae o conductores, Evtiches y Fuscus, en este caso de dos facciones contrarias, que hallaron la gloria en la arena frente a miles de espectadores.
El anfiteatro fue el último edificio para espectáculos construido en Tarraco. Se construyó entre los muros de la ciudad y el mar, moldeando la mitad de sus gradas en la ladera y la otra mitad sobre bóvedas de hormigón.
Una inscripción fragmentada da pie a asegurar que el estadio fue sufragado íntegramente por un flamen o sacerdote provincial. El estadio se utilizaba básicamente para luchas entre gladiadores y fieras.
El emperador Adriano, viajero infatigable, gobernó durante casi veinte años y quiso conocer personalmente la totalidad del Imperio, que había alcanzado su mayor extensión durante el gobierno de su predecesor Trajano.
Por ello emprendió dos grandes viajes, uno por Oriente, cuna de la civilización, y otro por Occidente, visitando las fronteras del Danubio y el Rin, las Galias e Hispania.
Lógicamente, visitó Tarraco y su estancia en la ciudad se prolongó durante el invierno del año 123 al 122 a.C.
Reunió en la capital de la Hispania Citerior una asamblea de todos los mandatarios hispanos y mandó restaurar el templo de Augusto.
Sorprendentemente, durante su estancia en una villa a las afueras de Tarraco, fue atacado, cuchillo en mano, por un esclavo de su anfitrión. Una vez reducido el agresor por su guardia personal, el emperador mandó, sin la más mínima alteración, que el esclavo fuera tratado como un enfermo, puesto que solo un desequilibrado podía atentar contra el emperador.
Posiblemente el escenario de este intento magnicida fuera la villa de Els Munts, visitable todavía en Altafulla.
En Tarragona, difícilmente podemos justificar testimonios del Cristianismo antes del s. III. Pero en este siglo, un documento excepcional relata la detención, juicio y ejecución de los primeros cristianos de Hispania.
Bajo el mandato del emperador Valeriano, en un contexto de crisis interna, se promovió una ley que obligaba a las élites cristianas a someterse públicamente al poder imperial.
En Tarraco, siguiendo los designios de la ley, el primer obispo conocido —Fructuoso— y los dos diáconos —Augurio y Eulogio—fueron arrestados y presentados frente al juez. Manifestaron estar únicamente sometidos al Dios cristiano, aceptando el delito del que se les acusaba. Hallados culpables según la ley romana, fueron quemados vivos en la arena del anfiteatro el día 21 de enero de 259.
Este memorable hecho favoreció la ubicación de un cementerio cristiano en la vía Augusta, entre la ciudad y el río Tulcis o Francolí.
Un año después de la ejecución del obispo Fructuoso, se produjo en el Imperio un acontecimiento que habría sido inimaginable para generaciones anteriores.
Tropas bárbaras, concretamente francos, cruzaron el limes o la frontera norte y llegaron a la península, asediando Tarraco, saqueándola y apoderándose de naves romanas para seguir su periplo hacia África.
A partir de esta época, las élites locales se refugiaron en villas que fueron fortificadas. Precisamente, el descubrimiento de tesorillos escondidos a la espera de tiempos más propicios demuestra el pánico de la población.
Las ciudades estaban entrando en una incesante decadencia, lo que dio pie a una ruralización del Imperio. En el contexto de esta supuesta decadencia urbana, a poca distancia de Tarraco, la gran mansión de Centcelles, junto al río Francolí, experimentó un importantísimo cambio: la decoración del interior de la cúpula con un interesante mosaico de temática cristiana.
Su función continúa siendo motivo de debate entre los historiadores.
La primera entrada masiva de bárbaros en nuestra península se produjo en el año 409. La lista de los pueblos invasores es recordada de carrerilla por muchos de los que estudiamos en el siglo XX: suevos, vándalos y alanos.
Mientras tanto Tarraco, a salvo de las invasiones, permanecía bajo control romano e incluso en el año 419 se celebró un concilio para combatir la herejía llamada priscilianismo y en ese preciso momento el arzobispo de Tarragona recibió por primera vez el título de metropolitano.
En el año 476, Tarraco sufrió el asedio de las tropas visigodas bajo el mando de Eurico y, una vez tomada la ciudad, pasó a formar parte del reino visigodo.
Habían transcurrido doce siglos desde la fundación de la ciudad de Roma, el 21 de abril de 753 a.C. bajo los auspicios de un rey llamado también Rómulo y el 4 de setiembre del año 476 d.C., el último emperador de Roma, casualmente también llamado Rómulo Augústulo fue derrocado y, de este modo, se extinguía un Estado que había perdurado casi doce siglos.
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